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¿POR QUÉ HAY QUE ENSEÑAR A PENSAR A LOS NIÑOS?

¿POR QUÉ HAY QUE ENSEÑAR A PENSAR A LOS NIÑOS?

La forma en la que aprendemos a elaborar nuestros pensamientos va a guiar nuestra forma de actuar y por consiguiente influirá en cómo nos sentiremos después, es decir, nuestros pensamientos están relacionados con nuestros actos y a su vez con nuestras emociones.

¿CUÁNTAS VECES OS HABÉIS DICHO A VOSOTROS/AS MISMOS/AS “ME SIENTO MAL”?

A menudo, cuando verbalizamos “me siento mal”, esta afirmación esconde la emoción de “culpa”. “La culpa” es una emoción moral relacionada con normas sociales que interiorizamos desde nuestra infancia. Normas sociales que están determinadas por presiones externas y reglas con arraigo que se van trasladando de generaciones en generaciones.

Desde muchos años atrás, enseñamos a los más pequeños a pedir perdón, dar las gracias, compartir los juguetes…entre otros. Sin embargo, pedir perdón, dar las gracias o compartir un juguete, aunque nosotros podamos entender que se relaciona con un sentimiento de arrepentimiento, agradecimiento o con un comportamiento compasivo, puede llegar a convertirse en un sentimiento de humillación cuando es obligado. Cuando obligamos a pedir perdón, a dar gracias a un niño o compartir un juguete cuando no lo siente, le estamos enseñando que a pesar de cómo él se sienta, tiene la obligación de hacer algo por el otro, de esta manera el niño interioriza que el otro, está por delante de su propio YO, es decir, trasladamos prioridad a cómo pueda sentirse el otro, antes que atender sus propias necesidades. De esta manera estaremos trasladando una obligación al pequeño, que no ha generado por iniciativa propia, y esto podrá conseguir el efecto contario al que pretendemos que aprendan, es decir, podemos provocar que el niño aprenda a asociar el hecho de pedir perdón, agradecer o compartir, con experiencias desagradables que le han generado malestar y por consiguiente a largo plazo será más difícil que el niño aprenda a hacer esto porque así lo sienta.

En definitiva, “me siento mal” tendría que ver con la emoción de la “culpa”, sin embargo, debajo de esta emoción moral, parece existir un conflicto entre lo que pensamos, sentimos y nuestros actos.

¿POR QUÉ PASA ESTO?

Desde los inicios de nuestra existencia, el ser humano fue creado para sobrevivir, por ello, solo recurrimos al pensamiento cuando aparecen dificultades, es entonces, cuando nuestro sistema de amenaza se activa, y por consiguiente nos movilizamos en busca de soluciones, donde a menudo aceptamos normas sin cuestionarnos estas. Por tanto, aprendemos a aceptar los modelos que ofrecen los distintos grupos sin reflexionar sobre ello olvidando nuestro propio criterio.

Además, el desarrollo moral se origina en la infancia, es la manera de interaccionar con el entorno, el niño descubre su YO a partir de los demás, en primer lugar, a través de sus figuras paternas y posteriormente en la preadolescencia comienza a cobrar mayor importancia la opinión de los iguales. Por tanto, no hay obligaciones innatas, todas las obligaciones pertenecen al exterior, no tienen que ver con lo que somos, vienen de fuera y aprendemos a incorporar esas obligaciones en nuestro propio YO, creando así un “deber” nuevo y a su vez elaborando la conciencia.

En definitiva, a menudo se nos olvida que el carácter moral más perfecto tendría que ver con la coherencia con nosotros mismos, es decir, se trata de ser coherentes con nuestra forma de pensar y actuar, por nosotros mismos.

¿CÓMO PODEMOS CONSEGUIR ESTO?

Es importante que ellos aprendan a cuestionar por sí mismos lo que son capaces de percibir a su alrededor de los diferentes contextos en los que se desarrollan.

  1. Trasladarles confianza: esto no significa que los niños no necesiten al adulto para su bienestar y supervivencia, sin embargo, aprovechando que los progenitores sois ahora el modelo por el cual ellos están conformando su identidad, esto lleva implícito que ellos no querrán decepcionaros. Por eso, cuando trasladamos confianza, desde la validación de cómo se sientan, expresen o actúen, estaremos permitiéndoles ser libres contribuyendo a su seguridad y por consiguiente reduciendo posibles miedos a la hora de tomar decisiones.
  2. Dedicarles tiempo: frecuentemente, buscamos soluciones rápidas, buscamos las facilidades y también las suyas. Con esto, no quiero decir, que podemos dejar en sus manos decisiones importantes, sino que podamos pedirles opinión, pedirles explicaciones y dar las nuestras.
  3. Escuchar: cuando escuchamos sus opiniones, tomándolas en serio, aceptando sus explicaciones y valorándolas, estaremos transmitiendo el valor del respeto, del mismo modo, nos será más fácil negociar y llegar a acuerdos.
  4. Permitirles equivocarse sin reproche: seguramente muchas de sus decisiones en primera instancia no sean acertadas, sin embargo, os invito a que antes de corregir su propuesta, animemos al pequeño a que pruebe a hacerlo, aunque esto le lleve a error, pues de esta manera podremos transmitir que los errores no son “malos” sino que nos sirven de aprendizaje, favoreciendo así que los niños sean más flexibles y compasivos consigo mismos.

By Marta Olmedo JiménezNúm. Colegiada: CL05093

Marta Olmedo Jiménez
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